La Bodega

urium y dominguez lobato 6

Siempre me ocurre igual, entro en la bodega, en bodega como esta, con cierta reverencia, intimidado por extraños pudores, como atenazado por el respeto. Sospecho que estas bodegas de mi tierra suponen, ante todo, la estética del silencio, la penumbra exacta y el cabal aroma del silencio, la justa y templada armonía arquitectónica del silencio, y hasta llego a creer que el silencio floral y majestuoso huele a vino viejo y tiene el color del roble antiguo.

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El caso es que uno, inconscientemente, asume esa estética solemne y la afronta siempre con un cierto talante subreptício, con cierta indefinible sensación de intrusismo, apenas sin voz y respetuosas las pisadas, como si temiera la profanación inevitable de resplandores dormidos y músicas insólitas, escondidas nadie sabe donde.

Lo pensaba esta mañana cuando entraba en la bodega de mi amigo, más bien chica, semejante a capilla o iglesia pequeña, que esa es su planta, crujía y naves laterales, doble hilera de columnas arcaucionadas, techumbre alta a dos aguas sostenidas por vigas y alfajías de madera, portatabla de madera y tejas morunas. Ventanitas casi pegadas al techo abiertas a los almizcates y celadas por esterones de esparto. Suelo terrizo bien apisonado, acaso humedecido por sudaderos recónditos nunca descubiertos. El patio anterior es como una joya en gris y verde que sugiere atardeceres veraniegos bajo el emparrado.

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-Pues esta es mi bodeguita.
Ya estábamos dentro. He contado de refilón hasta seis piernas de tres andanas y mi amigo nos explicaba que con esta bodeguita, hace cuarenta años, vivía a lo grande cualquier casa de familia y, lo que son las cosas, hoy tiene uno que vivir para la bodega, mantenerla por querencia y capricho.
– Pues tajo adelante, vamos a probar este vinito. Y éste….

La venencia vierte sobre los catavinos chorrillos del color de las espigas olorosos a almendras amargas. Mi amigo agita por la peana y aspira, como en éxtasis. Al final, lo roza con los labios, cierra los ojos, paladea y retorna perezosamente al mundo:

-Fíjate que abocaito. Una gloria. Y en el brillo. Son como descubrimientos luminosos entre andanas sombrías.

El vino tiene su tipología, como una fauna exótica, impensable y viva. Vinos gordos, finos, rayados, nubosos, de tercera, de segunda, de abajo, amanzanillados, olorosos, remontados, con flor y con madre, qué sé yo. Crece solo, como los caballos, pero hay que domarlo, hay que educarlo.

-Tiene su escuela, la solera, pero a veces se tuerce como un potro resabiado, y para eso está uno, el ojo al acecho. Sí, los vinos son como las personas, así, crecen, engordan, languidecen, degeneran, enferman, sanan, adelgazan, se alegran y se entristecen, ya te digo, lo mismito que las personas. El mosto es tal un parvulito que empezara a estudiar, por ejemplo, y al cabo de cuatro años es como si rematara el bachillerato curso a curso, quiero decir graduado en fino o manzanilla. Luego, sigue corriendo clases y se licencia en oloroso. Si lo dejas seguir se doctora en amontillado. Cuestión, lo primero, de que las clases sean como deben ser, esa es la base. En principio, de buenas soleras y botas bien encascadas, vinos buenos, lo primero es lo primero.

-Pero, escúchame, esta bodeguita, con guitarra y cante, será como el sueño de una noche de verano. Y también para pensar. Si acaso, pa hablar en medios tonos.

-Mira, cuando entro aquí, me siento medio cartujo. Como si uno se quedara fuera del tiempo, más allá del espacio, por encima del mundo y hablara por teléfono con el paraíso.

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                                            dominguez-lobato,eduardo

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